Cuentos en el Bosque Oscuro
Ciertamente, el bosque oscuro no es muy brillante. En realidad, hay muchas razones mejores que dificultan detectar inteligencias extraterrestres aunque estuvieran de juerga aquí al ladito mismo... empezando porque muy probablemente ni siquiera sepamos escuchar lo que deberíamos escuchar.
LA PIZARRA DE YURI.- Ciertamente, el bosque oscuro no es muy brillante. En realidad, hay muchas razones mejores que dificultan detectar inteligencias extraterrestres aunque estuvieran de juerga aquí al ladito mismo… empezando porque muy probablemente ni siquiera sepamos escuchar lo que deberíamos escuchar.
En el episodio anterior empezamos a responder a la pregunta esa mal achacada a Enrico Fermi: “si hay tantas posibles inteligencias extraterrestres, ¿dónde está todo el mundo?” Y como yo, Sofía, ya te avancé, hay una montaña de respuestas posibles.
Bueno, la primera y más sencilla, claro, es que en realidad no existan o sean muy raras. O estén enormemente lejos, fuera de nuestra capacidad de observación. Por cierto, que hablando de eso de la capacidad de observación…
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…en el estado actual de la técnica, otra humanidad idéntica a la nuestra no sería capaz de detectarnos claramente desde mucho más allá de 150 años-luz de distancia. Y eso si por allí ya han acabado el radiotelescopio SKA (Square Kilometer Array), que por aquí llevamos con retraso. 150 años-luz no es mucho. Bueno, sí, claro, es una burrada de distancia, pero quiero decir en escalas cósmicas. No es nuestro vecindario inmediato… pero sí algo tipo el barrio de al lado.
¡Oye, oye, ¿y qué se supone que detectarían?! Seguro que esas suicidas transmisiones de altísima potencia dirigidas a otras civilizaciones que tanta gente considera un peligro y una grave irresponsabilidad y una luz encendida en el bosque oscuro de las civilizaciones discretas y–
–bueno… más bien no. La probabilidad de que detecten eso es sumamente baja, porque se han hecho muy poquitas y muy separadas en el tiempo. Lo más detectable por mucho, pero por muchísimo, son los grandes radares militares de alerta temprana contra misiles atómicos.
Esos sí están encendidos 24/7/365, lanzando megavatios constantes en todas direcciones desde la anterior Guerra Fría. Por ejemplo, el radar de la estación C-6 de Eglin, en Florida, puede llegar a emitir con 32 megavatios de potencia y así detectar objetos del tamaño de una pelota de baloncesto a 40,000 km de la Tierra. Los rusos tampoco andan mancos: sus Daryal pueden tirar pulsos de hasta 378 megavatios. Ahí, unos y otros siempre vigilando al de enfrente por todos los ángulos hasta el día del Juicio Final.
Para comparar, el famoso mensaje de Arecibo de 1974 diciendo a los extraterrestres “¡hey, estamos aquí!” fue en una sola dirección, duró menos de tres minutos y la potencia de emisión fueron 450… kilovatios. Sí, sí, “kilo”, no “mega”. O sea, 0.45 megavatios. O sea, mucho menos de una décima parte de esos radares militares, que apuntan igualito al cielo porque los misiles balísticos intercontinentales llegan… eso, desde el cielo, en trayectorias balísticas o parcialmente balísticas por el espacio exterior.
Así que si te dan miedo esos breves mensajitos científicos con potencias birriosas, yo que tú iría convocando manifestaciones para que los militares de las grandes potencias apaguen sus potentísimos radares de alerta antimisiles. Ya, obvio: no te van a hacer caso. Así que mejor si nos lo tomamos con calma, así como de chill, en vez de andar dando la brasa por unos intentitos de contacto amistoso entre todas esas oleadas de emisiones brutales para la Tercera Guerra Mundial. Lo mismo así los extraterrestres se percatan de que no somos todas iguales y hay gente aquí que piensa un poquito más allá.
Pero tú fíjate… esto de las emisiones de radio y radar nos da otra posible respuesta al “¿dónde está todo el mundo?” Verás: la idea de detectar extraterrestres mediante sus emisiones de radio, o de que los extraterrestres nos encuentren escuchando las nuestras, es como muy siglo XX. De hecho, es como muy de pensamiento cincuentero, sesentero, setentero… la década que quieras antes de que empezaran a llegar las comunicaciones por fibra óptica y los radares militares de baja probabilidad de intercepción que cada vez se ven más.
Verás, yo te explico: esas ideas surgieron en un tiempo en que las emisiones de radio y radar siempre iban a más: más emisiones con más potencia desde más sitios. Puede decirse que había una carrera por la potencia. Así pues, tenía cierta lógica pensar que civilizaciones súper-avanzadísimas emitirían muchísimo más, con potencias fabulosas y desde un chorro de sitios.
No es eso lo que nos ha traído el avance. Ahora mismo somos mucho más silenciosos que en aquellos tiempos. Como te digo, ya gran parte de nuestras telecomunicaciones van por fibra óptica: buena suerte intentando detectar fibras ópticas con radiotelescopios a años-luz de distancia. ¿Los teléfonos celulares, que son un tipo de radioteléfono? Usan potencias mínimas adaptativas para que la batería no se consuma enseguida, y las antenas apuntan más bien hacia abajo, no hacia el cielo, también para optimizar la intercomunicación.
Hasta los militares van sacando generaciones de radios y radares cada vez más difíciles de detectar. Podríamos llamarlos “furtivos”. Porque mira: esas potencias fabulosas de los radares de alerta temprana ya sólo tienen sentido en instalaciones gigantescas que ningún satélite puede dejar de ver: se da por sentado que, si se lía, detectarán todo lo que puedan tan lejos como puedan y luego se comerán unos cuantos bombazos atómicos y adiós.
Pero para las guerras de todos los días, es mucho mejor que tus radios y radares sean discretitos. Eso: como “furtivos”. Justamente porque, si no, atraen a los misiles antirradiación enemigos de inmediato. Y eso se consigue, entre otras cosas, con un cuidadoso control de las potencias, direccionalidades y lóbulos de la emisión. O sea: justo las cosas que también dificultan su detección desde los cielos por humanos o no-humanos.
Resumiendo: en un puñado de décadas nuestro rumor de radio ha pasado de ser cada vez más intenso a ser cada vez más débil salvo por esos radares de alerta temprana ultra-bestias. Muchos de los cuales, por cierto, también se están haciendo menos potentes porque ya no hacen falta semejantes cantidades de energía para detectar ojivas termonucleares en aproximación.
Al menos por la vía de las radiotransmisiones, vamos siendo cada vez menos detectables cuanto más avanzados estamos. Es posible que a otras civilizaciones les pase o les haya pasado lo mismo.
Y las radiotransmisiones eran la forma, digamos, “fácil y directa” de intentar detectarlas. Todas las demás que conocemos son más difíciles, complejas e inciertas.
Incluso aunque el cielo esté plagado de civilizaciones interplanetarias e interestelares comunicándose constantemente por radio entre sí, podría ser que no estuviéramos captando nada sobre el ruido de fondo debido a avances como estos que la gente humana ya hacemos. No hace falta que nadie esté paranoico y ocultándose de otras civilizaciones, como en la conjetura esa del bosque oscuro de la que hablaremos enseguida: basta con que les parezca estúpido derrochar montañas de energía ineficientemente, igual que ya nos va pareciendo estúpido por aquí.
Un poquito lo mismo pasa con el llamado SETI óptico, basado en la idea de que nuestros estimados alienígenas podrían estar usando potentes láseres direccionales en vez de radio para comunicarse entre mundos o sistemas solares. Bien… como posible, es posible. Pero para detectarlos, tendrían que apuntar derecho-derechito hacia la Tierra y además —de nuevo— sin ahorrar mucho en potencia de emisión a menos que por extraordinaria casualidad nos metamos justo en medio. De lo contrario, tampoco los captaríamos.
Todo esto, claro, imaginando que —pese a ser súper-civilizaciones interplanetarias— estén más o menos en el mismo grado de desarrollo científico que aquí y no usen medios de comunicación más efectivos que ahora ni podemos imaginar. Esto no son fantasías de ninguna clase: antes de que Maxwell publicara sus ecuaciones del electromagnetismo en 1861-1862, la radio era inimaginable. Ni en las fantasías más absurdas podía nadie sospechar que el universo está atravesado por ondas invisibles e imperceptibles de las que no sabíamos nada, y ya no te digo utilizarlas para hacer una radio con ellas. Y para imaginar láseres, hay que esperarse al siglo XX con la mecánica cuántica.
Hace menos de 200 años, nada de todo eso existía para nuestra Humanidad. Ámbitos enteros de la realidad nos resultaban transparentes por completo. Como te digo, sin las ecuaciones de Maxwell, simplemente no se pueden ni siquiera imaginar.
El próximo Maxwell puede estar jugando en los columpios del parque ahora mismo. O igual va ya a la universidad. O a lo peor toca esperar otros 200 años. Pero al igual que la gente de los tiempos de cuando los gringos se liaron con su Guerra Civil no podía soñar una radio, es perfectamente posible que ahora no podamos soñar una… uh… equis que sirva para comunicarse mucho mejor que por cualquier método conocido hoy. Y, por tanto, no hay modo de que podamos crear maneras de detectarla.
Es que… mira, voy a hablarte claro: la verdad es que esto de la búsqueda de inteligencias extraterrestres ha sido hasta ahora un tantito… infantil. O naif, como mínimo.
¿Te acuerdas de esos chovinismos de que te hablé en los primeros episodios de este podcast… el chovinismo del agua, del carbono y demás para suponer dónde puede existir vida y dónde no? Bueno, pues también existe lo que podríamos llamar un chovinismo del conocimiento. Salvo por algunas excepciones, la idea parece ser busquemos a extraterrestres que hagan exactamente lo mismo que haríamos nosotros en este periodo histórico, sólo que a lo bestia.
Esto es como si por ejemplo Leonardo da Vinci, que no era ningún idiota ni ningún mindundi, intentara espiar nuestras comunicaciones escondiéndose en la mediana de una autopista esperando a que pasen los caballos con los mensajeros. Podría estar perfectamente tumbado encima de un cable troncal de fibra óptica, atravesado por las ondas de todo tipo de radiocomunicaciones, y ni entendería lo que es lo primero, ni llegaría a percatarse de lo segundo jamás.
Su conclusión más lógica sería que las gentes modernas no nos enviamos mensajes de ningún tipo. O que igual lo hacemos en unos carros sin caballos muy rápidos que se llaman coches, pero no hemos querido reconocérselo y en vez de eso le contamos una milonga sobre algo llamado Internet o no sé qué fantasías. Por no mencionar esa intrigante leyenda de unos navíos celestiales llamados satélites que dan vueltas al orbe mucho más allá del aire que se puede respirar. Ni el mismísimo Leonardo podría entender las bases sobre las que funciona todo eso sin ir a la escuela empezando por primaria otra vez.
Es decir: basta un diferencial de escasos cientos de años para que Humanidades casi idénticas y relativamente cercanas pero sin ningún encuentro previo no tengan ni idea de cómo contactar entre sí. Una de ellas podría estar berreando a pleno pulmón con sus medios tecnológicos más avanzados y la otra no oiría ni mú. Ahora imagínatelo entre civilizaciones más distintas con mentes más variadas y abismos científico-técnicos más grandes a mayores distancias.
Qué caray: ahora mismo podría haber monolitos kilométricos viajando por centenares entre las lunas heladas de Saturno y difícilmente los detectaríamos si no emiten activamente. Imagínate en otro sistema solar, aunque sea cercano.
Y ahora, aprovechando que está tan de moda, déjame que me meta un poco en el bosque oscuro ese.
Por si no la conoces, la conjetura del bosque oscuro se ha hecho muy popular en la ciencia-ficción y viene a decir algo así: existen muchas civilizaciones en el cosmos pero son paranoicas porque, a su modo de ver, toda civilización con capacidades cosmonáuticas avanzadas tenderá a considerar que cualquier otra vida inteligente puede ser o llegar a ser una amenaza potencial. Por eso, todas ellas deben ser destruidas tan pronto como las detectes. Así que todo el mundo evita delatarse con sus transmisiones: el universo es como un bosque oscuro y silencioso lleno de cazadores armados acechando entre las sombras para acabar con quien se delate. Y aquí la Humanidad terrestre seríamos los únicos que van grite y grite como bobos.
Es absurdo.
Es absurdo porque presupone que las emisiones activas son la única manera de que una civilización se delate. Antes te dije que esa sería, muy posiblemente, la “más fácil”, al igual que en la Tierra es más fácil detectar a quien emite activamente. Pero no es la única. Aquí en la propia Tierra tenemos multitud de sensores activos y pasivos para detectar a gente que no emite, incluso a gente que hace un enorme esfuerzo por no emitir nada, como las tripulaciones de los submarinos por ejemplo. Y aún así se les detecta y se les puede destruir, tanto más fácilmente cuanto mayor es el diferencial tecnológico.
La lógica del bosque oscuro no conduce a un bosque oscuro y silencioso, sino a la guerra preventiva a gran escala: las civilizaciones no sólo acecharían, sino que se buscarían proactivamente para destruir a las otras antes de ser destruidas usando todo tipo de sensores activos y pasivos. Si hubiera unas cuantas lo bastante avanzadas, estaríamos asistiendo constantemente a fenómenos muy energéticos de lo más llamativo por todas partes en virtud de la ley de los números verdaderamente grandes.
En realidad no hacen falta estas fantasías tan elaboradas para explicar el aparente silencio.
Como te digo, puede obedecer a algo tan sencillo como que no estamos escuchando correctamente porque no sabemos lo que hay que escuchar. De hecho, la inmensa mayoría de las búsquedas SETI se han hecho en la llamada línea del hidrógeno, o sea en la longitud de onda de 21.1 cm, o sea una frecuencia de 1,420.4 megahercios, en la parte baja de la UHF. ¿Por qué en esta frecuencia y no en otra? Pues porque sabemos que atraviesa las nubes de polvo cósmico, lo que debería venir bien para comunicaciones de muy larga distancia y otras cosas así…
…en suma: conjetura sobre conjetura y especulación sobre especulación. Y, como ya vamos viendo, estas no son de esas conjeturas bien informadas que utilizamos en episodios anteriores. Sí: la explicación de que no estemos detectando a nadie podría ser que no existan, al menos en un par de cientos de años-luz a la redonda, porque ya te dije que no está claro que pudiéramos detectar gran cosa a más distancia.
Pero puede ser otra miriada de cosas, desde que simplemente no conozcamos lo que hay que escuchar hasta que a la gente alienígena no le guste esa banda de 21 cm por alguna razón… o no tengan interés en contactar con nosotros por ahora, como ya apuntó Konstantín Tsiolkovski en el episodio anterior. O mil cosas más. Tan solo con eso, el universo podría ser como un distrito comercial animado en fin de semana y no estaríamos detectando nada de nada con nuestros primitivos medios. Y menos aún con el poco presupuesto que se ha destinado a estas cosas.
Que no estemos detectando nada ahora mismo no significa nada. Bueno, me corrijo: significa que no hay por aquí cerca ninguna Humanidad-B intentando hacer lo mismo que hacemos la Humanidad-A con más medios y más a lo bruto. Eso es todo. Una simple revolución científica de diferencia y ya estaríamos en ondas distintas… literalmente.
Pero oye… ¿y si se hubieran pasado por aquí? Ya sabes… como en OVNIs y esos rollos. A fin de cuentas, hay mucha gente que ha visto cosas. Y una poca asegura haber contactado por una diversidad de vías, incluyendo algunas… digamos, morbosillas.
OK, OK, ya sabemos que la inmensa mayoría son “falsos positivos”, cuando no meros delirios. Y que los avistamientos OVNI tan populares en décadas pasadas, cuando había que fiarse de la palabra de la gente o de fotos fuera de foco, han caído rápidamente desde que todo el mundo vamos con una cámara de buena calidad encima, en los teléfonos. Pero, entre toda esa paja… ¿no habrá ningún grano? ¿Puede haber habido visitas extraterrestres, ahora o en el pasado más o menos remoto? Eso, y mucho más, en el próximo episodio.
Dirección: Dany Saadia.
Documentación y guiones: Toni E. Cantó, “Yuri“.
Locución: Shey Márquez.
Producción: Eduardo Albornoz.
Con música de: artlist.io
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Este podcast La Ansiedad de Sofía es una obra original de Dixo y, excepto donde se indique específicamente lo contrario, lo difundimos bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional.